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Noche vegana

– “Hola, ¿tiene comida de vegano?”

– “Clago, y de inviegno. Este es un gestaugante fgancés.”

Este y muchos chistes más son el pan de cada día en la vida de Andrés. Hace tiempo decidió dejar de comer carne para transformarse en un defensor de las políticas pro animales. Viste, se alimenta y actúa pensando en que nada justifica matar un animal con provecho. En realidad, habían pasado 90 días desde que el veganismo tocó a su puerta.

Andrés es un joven de 22 años, cuyo activismo inició ayudando a perros de la calle. Su amor por los animales es tal, que en más de una ocasión da la vuelta a la etiqueta de los sacos para evitar que lleven lana, plumas o piel. Recuerda con inusual gracia el día y la noche de la cena de Navidad en casa de la abuela, un momento negro en la vida del vegano Andrés. Siempre echa un ojo a la composición de los artículos, prueba nuevos productos libres de crueldad animal.

Se había dormido tarde la noche anterior, y había manejado más de dos horas para llegar hasta el punto de reunión. Estaba cansado y hambriento. Los jugos gástricos en su estómago estaban desesperados por triturar alimento. Sabe –tristemente– que ahí no podría encontrar algo para comer que no estuviera acompañado de carne y que, como otras tantas veces le han dicho: “Qué tal, mi sobrino vegano, ¿qué comes?, ¿pasto?”. Tenía en perspectiva, como única oportunidad, algún vaso con ponche en una recepción de carne, quesos y embutidos preferidos de la abuela. Él, sentado en la mesa con su plato con carne de soya y verduras (que había preparado en su casa), mientras que su familia carnívora devoraba el plato fuerte. Está orgulloso de sí, pero teme por las críticas de su rutina.

– ¿Por qué vegano?- dijo su tío Gustavo.

– Por qué no serlo, es ser cualquiera- dijo Andrés.

– ¿No comes nada de animales?- dice otro.

– No. De ninguna forma. Ni pio, ni glu glu, ni oinkk, ni muu – dijo Andrés.

Siente cómo la rabia crece en su pecho, cuanto más insisten tras recibir información de animales con indiferencia o burla, más se intensifica su rabia. Le arden las mejillas. El calor corre por sus orejas, la negativa de los presentes lo trasladan a la mirada triste de cerdos amontonados en un camión.

– Deberías hablar con un médico. Con un cambio tan excesivo y drástico en tu alimentación puede darte desde dolores de cabeza, descompensación o hasta anemia. ¿No más bien serás un vegano falso?

La ahora oveja de la familia, toma aire por la nariz, se agacha y suspira por la boca. Es ese momento en que todos se unen contra él e intentan minimizarlo en la reunión. De repente todos se vuelven expertos nutriólogos -todos- y entonces le hablan de las propiedades de la comida, las proteínas y de lo que Andrés está comiendo mal.

Intentan encontrar el punto débil, en el que sea fácil demostrar que su decisión de ser vegano es pose. Lo cuestionan sobre el material de su cinturón o de sus zapatos, que si están fabricados con piel o no. Sería un sueño que esa noche no lo acusaran de no comer animales: ni asesinados, ni modificados genéticamente. Ni de ser “hipster”, de que seguramente al caminar mata insectos o de que es “carnívoro de clóset”. Sabe que en esa búsqueda de algo agradable para cenar, su inusual paladar no da cabida a otra alternativa. Pero su realidad tan solo admite tener en mente el sueño de una noche de verano.

Por Jacqueline Fajardo

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