Hambre emocional vs hambre física

El hambre es un instinto de todos los animales, incluyendo al ser humano. Es una necesidad vital que nos empuja a orientar nuestras acciones hacia la consecución de un objetivo muy simple: buscar y consumir alimentos.

Pero, ¿las personas podemos comer sin tener hambre realmente, aunque sintamos que sí la tenemos? Suena extraño, pero esto sí puede pasar. Nuestras costumbres alimenticias no solo se basan en las necesidades objetivas del cuerpo, sino también en nuestras creencias acerca de la cantidad que es normal consumir cada día y la que no lo es.

En FitWorld vamos a explicar qué es hambre emocional y física, cómo surgen, si podemos diferenciarlos y cuáles son las mejores estrategias para afrontarlos.

¿Qué es el hambre emocional?

El hambre emocional se basa en la necesidad de comer en respuesta a emociones –normalmente negativas- que no somos capaces de manejar de otra manera. Cuando estamos bajo la influencia de éstas o en un momento de mucho estrés, pueden hacer minar nuestro auto-control en lo que a la dieta o la alimentación se refiere.

Cuando estamos a dieta el cuerpo no detecta si estamos ingiriendo menos alimento de forma voluntaria o por una falta de alimento real, por lo que el organismo reacciona a esta falta de nutrientes y se desarrolla más hambre. Esto puede ser controlable en una situación normal, pero cuando estamos bajo estrés es mucho más difícil de manejar.

En cualquier caso, el hambre emocional puede afectarnos más cuando estamos a dieta, pero no depende exclusivamente de ella. Una persona que no está a dieta también puede tener este tipo de estrategia. Puede deberse al resultado de una mala conciencia interoceptiva – es decir, interpretamos mal las sensaciones provenientes de nuestros órganos – o como respuesta a síntomas fisiológicos provocados por algunas emociones. También puede ser causado por malas estrategias de regulación emocional.

Hay muchas posibles causas y teorías sobre el motivo por el que esto ocurre. Según algunos estudios, podría deberse a malas prácticas parentales que acaban en un mal desarrollo emocional y psicológico del niño, provocando que se creen respuestas no adecuadas – como el comer por hambre emocional – como estrategia de regulación emocional.

El hambre emocional, como hemos mencionado, se relaciona con el estrés y, sobre todo, con el estrés postraumático. El cuerpo, en vez de responder al estrés con hiperactivación del hipotálamo y la pituitaria lo hace con hipoactivación, lo que provoca el hambre. Además, algunas personas utilizan la comida como técnica para cambiar el foco de su atención: prestan atención al hambre que tienen y a la comida para así no prestar atención a sus emociones negativas.

La realidad es que, cuando no tenemos una estrategia saludable para enfrentarnos a las emociones negativas y al estrés, solemos recurrir a estrategias mucho menos adecuadas. Una de ellas puede ser el comer sin hambre real, sino por ser víctimas del hambre emocional.

¿Qué es el hambre física?

Este es el tipo de hambre que denominaríamos como “normal”. Es el que está basado en el instinto de alimentarnos para ingerir los nutrientes que nuestro cuerpo requiere para sobrevivir y funcionar correctamente.

Hay hormonas de nuestro cuerpo encargadas de desarrollar la sensación de hambre, como la grelina. Estas hormonas se activan cuando el cuerpo necesita ingerir nutrientes y provocan la sensación de hambre. Esta sensación de hambre parte del estómago, con movimientos de tripas, rugidos, etc.

¿Cómo podemos diferenciarlos?

Existen cuatros diferencias principales entre uno y otro que debemos tener en cuenta para actuar en consecuencia:

#1 Cómo aparecen

El hambre física, generalmente, va aumentando de manera gradual. No es algo inmediato ni brusco, y eso nos facilita que podamos planificar lo que vamos a comer, tener más control y hacer elecciones nutricionales más adecuadas.

El hambre emocional, por su parte, surge de manera repentina y acuciante. Es muy intenso desde el primer momento y busca ser satisfecho de manera inmediata. Este tipo de hambre suele intentar calmarse con comidas que sean reconfortantes, como alimentos con mucho azúcar. En definitiva, productos muy poco saludables pero que ofrecen una gratificación inmediata.

#2 ¿Por qué aparecen?

El hambre física aparece porque tal y como mencionamos, necesitamos nutrientes para sobrevivir. Es un motivo biológico inherente a cualquier animal.

Sin embargo, el hambre emocional surge o bien porque no sabemos diferenciar las sensaciones de nuestro cuerpo – y confundimos los síntomas fisiológicos provocados por situaciones emocionales con el hambre – o bien porque no tenemos una estrategia adecuada para regular nuestras emociones negativas y nuestros niveles de estrés.

#3 ¿Cómo nos dejan después?

Lo habitual, cuando comemos por hambre física, es que nos sintamos satisfechos y saciados. Sin embargo, el hambre emocional nos deja un regusto amargo después de haber intentado saciarlo: nos sentimos culpables, sobre todo si hemos comido mucho para intentar aliviar nuestro malestar. Nos podemos arrepentir y, además, no conseguimos llegar a sentirnos bien. Esto es porque por mucho que comamos no vamos a poder solucionar ni nuestro estrés ni aliviar nuestro malestar emocional.

#4 Cuánto nos cuesta saciarlos

El hambre física se sacia fácilmente. Sin embargo, el hambre emocional es casi imposible de contentar, porque no es hambre. Podemos comer y comer, probar con todo tipo de alimentos, y no la vamos a conseguir calmar. Esto se debe a que el malestar nos lo provocan nuestras emociones y no vamos a poder cambiar esto con comida.

#5 Cómo reaccionar ante cada uno de ellos

Con el hambre física es bastante sencillo: básicamente debemos ofrecerle a nuestro cuerpo los mejores nutrientes posibles y en la cantidad adecuada para satisfacer el hambre. Además de ser uno de los mecanismos que permite a nuestro cuerpo funcionar correctamente, es un placer.

Con el hambre emocional es algo más difícil. Para empezar hay que valorar si se trata de un problema puntual – todos tenemos un mal día en el que podemos no tomar la mejor solución o caer en respuestas rápidas – o si, por el contrario, se trata de un problema habitual, crónico y/o patológico. De ser así, la mejor recomendación es acudir a un profesional de la salud mental. Un especialista nos puede ayudar a reconocer las causas que nos llevan a caer en esta estrategia, así como ayudarnos a conseguir herramientas adecuadas.

De no ser algo tan problemático, lo primero que debemos hacer es conocer las diferencias entre ambas para ser capaces de reconocer a cuál de los dos tipos de hambre nos estamos enfrentando. Una vez que conozcamos las diferencias, debemos parar un momento a analizar de dónde viene nuestra hambre cuando la sentimos.

Si percibimos que puede no ser hambre física, tal vez debamos buscar otras maneras de enfrentarnos al estrés o a las emociones que nos lo están provocando. Aprender técnicas de relajación puede ser de mucha ayuda en estos casos.

Por otro lado -y como truco algo más práctico- está el de no tener a nuestro alcance comida que no sea saludable. La realidad es que comemos lo que tenemos a la vista. Por lo tanto, si no tenemos comida chatarra cerca, es mucho más complicado que acudamos a ella para calmar nuestra ansiedad.

En cualquier caso, la mejor solución es intentar descubrir qué es lo que nos hace sentir mal en realidad y aprender a encontrar una estrategia adecuada para afrontarlo. Además, debemos aprender a conocernos a nosotros mismos para ser capaces de diferenciar nuestros síntomas de problemas emocionales y nuestras somatizaciones. De esta manera conseguiremos no confundirlas con otras respuestas fisiológicas como el hambre o el frío.


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Fuente: Vitónica

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